
El autoritarismo ya no es lo que era. Aquellas imágenes clásicas de dictadores en uniforme, discursos interminables desde balcones y propaganda burda han dado paso a un estilo mucho más sofisticado. Ahora, el control no siempre se impone con armas o censura directa; también se ejerce con algoritmos, cámaras de vigilancia, narrativas cuidadosamente elaboradas y plataformas digitales. Esta segunda entrega nos muestra cómo los regímenes autoritarios han adoptado las herramientas del siglo XXI, modernizándose sin perder su esencia.
China: el big brother del siglo XXI

China es el epítome del autoritarismo con Wi-Fi. Su sistema de crédito social, que califica el comportamiento de los ciudadanos, parece sacado de un episodio de Black Mirror. Actos tan simples como cruzar la calle en rojo o criticar al gobierno en redes sociales pueden reducir tu puntuación, limitando tu acceso a préstamos, transporte o empleo.
La maquinaria de vigilancia china incluye más de 600 millones de cámaras que monitorean constantemente a la población. No solo registran movimientos; también analizan comportamientos. La Inteligencia Artificial, lejos de ser una herramienta para mejorar la vida, se ha convertido en un arma de control masivo.
Todo esto bajo el manto de “estabilidad” y “seguridad nacional”. Y aunque desde el exterior parece orwelliano, el gobierno chino presenta estos sistemas como avances tecnológicos necesarios para una sociedad armoniosa. Es, literalmente, represión vestida de modernidad.
Rusia: propaganda 2.0

Rusia ha llevado la propaganda a un nuevo nivel. Durante décadas, el Kremlin ha perfeccionado el arte de moldear la opinión pública, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Con plataformas como RT y ejércitos de trolls en redes sociales, el gobierno de Vladimir Putin influye en narrativas globales mientras refuerza su control interno.
Pero no todo es digital. Dentro de Rusia, los medios independientes enfrentan un entorno casi imposible. Aquellos que se atreven a criticar al gobierno son silenciados, ya sea a través de leyes restrictivas o métodos más oscuros. Y sin embargo, todo esto ocurre bajo una fachada de “democracia”. Las elecciones se llevan a cabo, pero los resultados son tan predecibles como el final de una telenovela.
Rusia combina la opresión tradicional con estrategias modernas, proyectando al mismo tiempo una imagen de fortaleza y nostalgia por una Rusia imperial.
Corea del Norte: aislamiento extremo y culto a la personalidad

En el caso de Corea del Norte, la modernidad no llega con tecnologías avanzadas, sino con una narrativa cuidadosamente construida. Mientras el país permanece aislado del resto del mundo, el régimen de Kim Jong-un utiliza el culto a la personalidad como un arma de control social.
Los norcoreanos crecen aprendiendo que su líder es casi divino, responsable de cada aspecto positivo en sus vidas. Las fronteras digitales están cerradas: solo una élite mínima tiene acceso controlado a internet, y el resto debe conformarse con una red interna censurada conocida como Kwangmyong.
Aquí, la opresión moderna no radica en la vigilancia tecnológica, sino en el aislamiento absoluto. Es un modelo que demuestra que no todas las dictaduras necesitan cámaras; a veces basta con cortar cualquier conexión con el exterior.
Arabia Saudita: progreso tecnológico con censura intacta

Arabia Saudita se presenta como un país en transformación, con el príncipe heredero Mohammed bin Salman liderando proyectos futuristas como NEOM, una ciudad inteligente en el desierto. Sin embargo, detrás de esta fachada de modernidad, persiste un sistema de represión implacable.
Periodistas críticos, activistas y opositores son encarcelados o perseguidos, y la censura sigue siendo una herramienta fundamental. Además, el control digital es cada vez más evidente: desde aplicaciones estatales que monitorean a los ciudadanos hasta vigilancia en redes sociales, Arabia Saudita combina avances tecnológicos con tácticas autoritarias tradicionales.
Estrategias comunes: el autoritarismo del siglo XXI
A pesar de sus diferencias culturales y geográficas, los regímenes autoritarios modernos comparten estrategias clave:
- Control digital: Cámaras de vigilancia, censura en internet y manipulación de redes sociales.
- Narrativas adaptadas: Justifican sus acciones como necesarias para la estabilidad, la seguridad o el progreso.
- Represión selectiva: En lugar de oprimir a toda la población, se enfocan en opositores clave para mantener el control sin generar revueltas masivas.
- Elecciones simbólicas: Mantienen una apariencia de democracia para legitimarse ante el mundo.
Modernidad sin libertad
El autoritarismo moderno es un recordatorio de que la tecnología y el progreso no siempre conducen a la libertad. Al contrario, en manos equivocadas, pueden convertirse en herramientas aún más efectivas para el control y la opresión.
El desafío para el mundo no es solo reconocer estas tácticas, sino también encontrar formas de resistirlas y promover sistemas que realmente respeten los derechos humanos. Porque si algo nos enseña este panorama es que la modernidad no es garantía de justicia.