El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, colaboradores cercanos de Clara Brugada, no es solo un crimen más en la Ciudad de México. Es un golpe directo a la narrativa oficial, una demostración brutal de que la violencia no distingue jerarquías ni discursos políticos.

Un ataque directo, una crisis inevitable

La mañana del 20 de mayo de 2025, sobre Calzada de Tlalpan, Ximena y José fueron asesinados en un ataque directo. No hubo robo, no hubo intento de secuestro. Solo balas y una ejecución meticulosa.

Las autoridades han confirmado que el crimen fue planeado. El agresor esperó el momento exacto para disparar, primero contra José, quien apenas iba a abordar el vehículo de Ximena, y luego contra ella, quien quedó dentro de su automóvil.

El discurso oficial contra la realidad

Horas después del ataque, la jefa de Gobierno Clara Brugada lamentó el asesinato de sus colaboradores y aseguró que su administración seguirá luchando contra la inseguridad. La presidenta Claudia Sheinbaum prometió que no habrá impunidad.

Pero la pregunta es inevitable: ¿cómo puede un gobierno hablar de seguridad cuando la violencia toca sus propias puertas?

La Ciudad de México ha sido presentada como un modelo de seguridad en comparación con otras regiones del país. Sin embargo, los hechos recientes demuestran que la violencia sigue operando con total impunidad, incluso en el corazón del poder.

Las fallas del sistema

Uno de los detalles más inquietantes del caso es que la cámara del C5 que cubría la zona no captó el ataque. No estaba operando correctamente. La única evidencia visual proviene de una cámara privada, lo que ha generado dudas sobre la capacidad del sistema de vigilancia de la ciudad.

Además, las autoridades han identificado vehículos abandonados que podrían estar relacionados con el crimen. Se habla de una motocicleta negra y una camioneta Nissan Kicks azul, ambas encontradas en distintos puntos de la ciudad.

¿Un mensaje o una advertencia?

El asesinato de Ximena y José no es solo una tragedia personal. Es un mensaje. Un recordatorio de que la violencia sigue siendo una herramienta de poder en México.

¿Quién ordenó el ataque? ¿Por qué? ¿Qué significa esto para el futuro político de la CDMX?

Las respuestas aún no están claras, pero lo que sí es evidente es que la realidad ha alcanzado al gobierno. Y esta vez, no hay discurso que pueda ocultarlo.

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