México no solo sobrevive a las crisis, las colecciona, las recicla y las reinventa. Cada administración promete el fin de la corrupción, la reconstrucción del Estado, la seguridad y el desarrollo. Pero al final, el resultado es el mismo: el país sigue siendo un experimento fallido donde el poder cambia de manos, pero las reglas del juego jamás se alteran.

La crisis como sistema de gobierno

Gobernar en México no consiste en resolver problemas, sino en administrarlos. La violencia no se combate, se gestiona. La corrupción no se erradica, se redistribuye. La pobreza no se reduce, se maquilla con programas sociales que aseguran votos, pero no soluciones reales.

Cada sexenio trae su propia versión de los mismos problemas:

  • Seguridad: Más presupuesto para militares, menos resultados.
  • Economía: Más dinero para los grandes proyectos, menos impacto real.
  • Política: Más concentración de poder, menos contrapesos.
  • Justicia: Más reformas judiciales, menos independencia real.

No es un accidente. La crisis es parte del modelo de control. Mientras el país permanece en un estado constante de emergencia, la población se acostumbra a sobrevivir en lugar de exigir cambios estructurales.

Corrupción: el pegamento que mantiene todo unido

México no tiene un problema de corrupción, tiene una estructura basada en ella. La impunidad es una herramienta de negociación entre políticos, empresarios y grupos criminales. La “lucha contra la corrupción” es más propaganda que acción.

No importa cuántos funcionarios caigan en escándalos. Siempre hay otros listos para reemplazarlos, con la certeza de que el sistema está diseñado para proteger a quienes realmente manejan el poder.

El crimen como actor político

Mientras el gobierno habla de “pacificación”, el crimen organizado expande su dominio. En muchas regiones del país, los cárteles funcionan como gobiernos paralelos, cobrando impuestos, imponiendo justicia y dictando normas de convivencia.

La respuesta oficial oscila entre la negación y la complicidad. El crimen ya no es solo un problema de seguridad, es una variable en la ecuación política.

Democracia en crisis: ¿Elecciones o espectáculo?

Las elecciones siguen siendo un ritual indispensable en el país, pero cada vez es más evidente que no cambian las reglas de fondo.

Los candidatos prometen transformación, pero las estructuras de poder siguen intactas.
Los partidos políticos renuevan su imagen, pero no sus prácticas.
Las reformas se presentan como avances, pero los intereses que dominan el país no se alteran.

Cada sexenio es una versión corregida y aumentada del anterior, con nuevos discursos pero los mismos mecanismos de control.

México y su eterna crisis funcional

México no está en crisis. México es la crisis. Es un modelo de gobierno basado en la administración del caos, en el reciclaje de problemas y en la simulación de soluciones.

El país avanza, pero nunca lo suficiente para romper el ciclo.
La democracia se mantiene, pero sin sacudir las estructuras del poder real.
La corrupción se denuncia, pero sin cambiar el sistema que la hace inevitable.

La pregunta no es si México está en crisis, sino cuánto tiempo más puede sostener este modelo antes de colapsar definitivamente.

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